sábado, 27 de diciembre de 2014

Imágenes

Cierro los ojos y lo veo clarito. Es él, arriba mío, besándome hasta el último rincón de mi existencia. Gotas de sudor nos recorren la frente y la espalda, el calor que se genera sofoca. Su cuerpo contra el mío, casi como en un combate cuerpo a cuerpo, desafiándose el uno al otro, como jugando a ver quién anhela más al otro. Con un brazo me toma de la cintura y me acerca a él, con el otro me quita el pelo de la cara, para no perderse ni un detalle de mí. Sentirse la prioridad del otro, y que en ese momento para mí no exista nadie más que él en todo el mundo.
Abro los ojos. Inhalo y exhalo haciendo ruido. Estoy sola. Pienso en él, en las curvas de sus omóplatos bajo la piel, en la marca de nacimiento de su cuello. En sus cosquillas, en su sonrisa hermosa y franca mientras le hago cosquillas. En lo mucho que me gusta hacerlo reír.
Tirada en el sillón, mirando por la ventana, pensando en qué ponerme para salir con él. Me veo desde afuera como si yo no fuese yo y veo una tonta que está irremediablemente enganchada con un hombre al que probablemente le rompa el corazón, pero que mientras tanto teje sueños como si supiera que van a realizarse. Vuelvo en mí y veo otra cosa. Veo una tonta que sin darse cuenta le dio todo lo que podía dar a un hombre maravilloso que le va a multiplicar todo por mil, que le creó una caja de ahorro de felicidad y tiene una bóveda de recuerdos juntos. Ese sí que es un genio de los negocios, ¿no?