¿Qué veo cuando miro hacia atrás? Veo lo que pasó y lo que me dijeron que pasó. Veo a las personas que, con mayor o menor fuerza, gravitaron en mi universo. Veo las cosas en las que creí y creo, y las puertas que abrí y se me abrieron. Veo imágenes, algunas sueltas y otras siguiendo un orden, concatenadas.
Cuando miro hacia atrás para despedir al 2013, veo a la persona que era, la que empezó el año. Esa chica tenía ansiedad por la decisión laboral que iba a tomar, por los vínculos medio inconclusos que dejaba con ella, por el nuevo camino a recorrer. Esa chica era idealista en cuánto a su carrera universitaria, creyendo que podría dominar a una universidad que existe hace casi dos siglos y no viceversa. Ella creía que finalmente había logrado encontrar el equilibrio y la paz que buscaba en su pareja, y era feliz corriendo por la arena y jugando en sus brazos. Ella pensaba que mal que mal su familia estaba bien como estaba, y que cada día que pasaba la quería más, con sus locuras y todo. Ella sentía que sus amigos eran los mejores, que tenía un dream team a su lado.
Sí, así de ingenua era cuando empezó el 2013. Una estúpida, lo sé. ¿Pero saben qué? El 2013 me ayudó a cerrar una etapa de gran crecimiento que venía teniendo hace tiempo. Bueno, no sé si cerrar, pero al menos a madurar ese crecimiento; a concentrarlo, capitalizarlo y aprovecharlo; a ser consciente realmente de todo lo que pasaba y me pasaba.
En 2013, entre otras cosas, cambié de trabajo; me desilusioné del trabajo que conseguí y descreí en mí; volví a cambiar de trabajo y fue el primer trabajo que conseguí sin tener contactos o haber acudido a terceros; acudí a mi familia para tomar decisiones que nunca antes les hubiese consultado; amé profundamente y empecé a considerar seriamente un futuro en conjunto con mi pareja; empecé a trabajar en blanco y en un lugar serio; extrañé mis comodidades de niña y empecé una vida plenamente adulta; trastabillé en la facultad y perdí un poco el rumbo; me reencontré con gente que extrañaba; me establecí en un trabajo y planté semillas de relaciones con mis compañeros; empecé a escuchar más al otro y a dejar de hablar tanto; fraternicé con el enemigo; confié ciegamente; soñé sueños muy lindos y desperté con pesadillas; me rompieron el corazón sin entender muy bien cómo ni por qué; dejé de lado mis penas y me la jugué por el equipo; me saqué la armadura y me mostré frágil y vulnerable delante de todos; me sentí sola y diminuta; me dolió que verlo soltero y verme sola; me sequé las lágrimas y comprendí que mis amigos y mi familia seguían ahí, al pie del cañón con los más sinceros abrazos, las miradas llenas de pena, las palabras más coherentes, las más incoherentes y las mayores ganas de verme repuesta; perdí mi armadura de guerrera así que dejé de pelearla; empecé a querer sanar así que junte valor y no lloré mientras hablé por teléfono; entendí que no tenía que andar de pelea por el mundo sino pelear cuando hiciera falta; entendí que me había olvidado de eso cuando quise pelear por lo que amaba y no tuve chance; descubrí que me seguía importando más la felicidad del otro que la mía y que en realidad eso es lo que me hace feliz; me rendí con la facultad y me perdoné por ello; me cansé de sufrir y me propuse sanar; eché raíces en el trabajo donde conocí personas hermosas; lo escuché feliz y fui feliz; mis sobrinos me llenaron de besos y alegraron mi corazón; aprendí a aceptar (o no necesariamente) los defectos de mis amigos; me propuse aceptar a mi familia tal cual es; quise escaparme lejos y no pude; retomé la facultad y me fue mejor; decidí no presionarme durante ese año; encontré rincones de mí que no sabía que existían; encontré muy buena gente en el camino; entendí que no es el tiempo transcurrido lo que me une a la gente, sino los gestos y las acciones; intenté cosas nuevas y no fueron lo mío; intenté cosas nuevas y me gustaron; decidí arriesgarme a vivir la vida; decidí no festejar mi cumpleaños porque era muy difícil y siempre terminan mal mis festejos; me enfermé en mi cumpleaños; salí de cool hunter y me encantó; tuve mi primer evento empresarial; me miré frente a un espejo y me gustó absolutamente todo lo que vi (sólo un día, pero es un buen comienzo); me desvergoncé; deseé cosas como nunca antes; fui a un recital espectacular; abracé muy fuerte a mis amigos, a mis sobrinos y a mi familia; me propuse decirle siempre a la gente que quiero cuánto la quiero; decidí dejar que la vida pase a través de mí; me dediqué a relajarme; me resigné; me sinceré conmigo misma y con los demás, y tuvo una repercusión genial; le dije lo que sentía sin pelos en la lengua; lloré delante del que me rompió el corazón y no me dio (tanta) vergüenza porque fui honesta y visceral; me desinflé; respiré hondo; reflexioné; decidí; brindé; lloré de la risa cuando pensé que la iba a pasar mal; vi irse de mi vida y de mi cotidianeidad a varias personas y por ellas lloré y brindé; conocí y redescubrí a unas cuantas personas.
Y si miro para atrás y veo todo esto, puedo decir con seguridad que 2013 fue un año intenso, pero que al final de cuentas fue positivo. Crecí muchísimo y entendí más y mejor unas cuantas cosas. Me quedan muchas cosas de este año. Pero así y todo, agradezco que no vuelvas.
APS, 2013.
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