La miro y muero un poco.
Se ríe y muero un poco más.
Ella es especial.
Me abraza y la siento mía entre mis brazos.
Me suelta y se lleva un poco de mí con ella.
Ella es diferente.
Habla y la miro hipnotizado.
Mis oídos siguen su voz como el amanecer sigue a la noche.
Ella es magia.
Se mueve y se me escapa el aire.
Me mira y no me ve.
Ella es hermosa.
La veo llegar y me vuelve el alma al cuerpo.
La veo abrazarse a alguien más y se me vuelve a ir.
Ella es quién no debería.
Mi mejor amigo amó a una mujer lo mejor que pudo, y fue recíproco. Ellos se amaban de verdad, con un amor sincero. Complejo, pero sincero. Lo complejo no es para todos, sobre todo cuando se trata de un amor entre dos personas complejas, y por eso se terminó. Y yo estuve al lado de él mientras estuvo mal, lo ayudé a salir adelante, a estar bien, a tomar una cerveza sin ponerse mal porque podría estar con ella viendo una película. Y a través de sus historias, ella era buena persona. Y a través de los momentos compartidos ella era agradable, graciosa, teníamos buena onda, pero seguía siendo ajena a mi vida. Hasta que entré de lleno en la suya.
A veces, conocer mucho a alguien es una tortura. Como cuando sabés que esa mujer por la que dejarías todo es la que solía dejar todo por tu mejor amigo cuando era su novia. Como cuando sabes que jamás te va a mirar, que siempre vas a ser invisible para su corazón, que siempre vas a ser "el amigo de". No importa cuánto se diviertan, cuánto tengan en común, cuán bien se hagan mutuamente, cuántos abrazos se den, cuántas veces hablen por teléfono, cuántas cervezas tomaron juntos, cuántos chistes internos tengan, cuántas veces le secaste las lágrimas. Como cuando sabés que no quisieras soñar con ella, ni mirarla reír sin reír con ella, ni soltarla cuando la abrazás. Como cuando sabés que no podés evitar querer acariciarle el pelo para que se duerma, o agarrarle la mano, No podés evitar querer acariciarle el cuello para que le de cosquillas, o besarla. O desearla. O quererla.
Y un día, así sin más, la miré a los ojos y le dije la verdad. Le dije que no puedo mentirnos más, ni a ella ni a mí. Le dije que la quiero. Me miró, sonrió y me dijo que ella también. Pobre, no entendió.
Así que la besé, para que se entienda mejor. Y ahí lo entendió. Y yo también.
A veces, conocer mucho a alguien es una tortura. Como cuando sabés que esa mujer por la que dejarías todo es la que estás besando mientras pensás en tu mejor amigo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario