martes, 4 de marzo de 2014

Cinco pitadas y un fantasma

Prendo un cigarrillo. Le doy una pitada. Me asomo a la ventana y miro hacia afuera. Veo la parte de atrás de aquel edificio. Respiro hondo.
Cierro los ojos. Me acuerdo de un abrazo. Sonrío amargamente. Otra pitada.
Abro los ojos. Miro hacia adentro. Voy al living. Me asomo a la ventana. Doy dos pitadas recordando el color de tus ojos, de tu pelo, de tu voz.
Me hago un ovillo en el sillón. Mis pies descalzos se esconden bajo el almohadón. Miro por la ventana para no verte sentado al lado mío. Doy otra pitada y me levanto. No tolero tu presencia.
Vuelvo a la cocina. Voy a la ventana. Cuelgo el cigarrillo de mis labios, me paro en puntas de pie y me dejo caer sobre el alféizar. Siento como la presión sobre el diafragma y el cigarrillo que fumo me dejan sin aire. Siento como a pesar de esa presión que no me deja pensar, vos seguís ahí, clavado en mi retina. Aferrado a mi piel.
Desisto y me levanto. Termino de fumar. Lo tiro. Me refriego los ojos, intentando creer que todo fue una ilusión, producto del sueño o algo así.
Salgo de la cocina dejando un rastro de ropa. Dejo atrás una remera que nunca viste y unos shorts que no reconocerías. Así como estoy me acuesto. Me envuelvo en el acolchado y ahí también estás.
Maldigo por lo bajo. Odio descubrir que ese lugar que me gusta tanto es el hogar de tu fantasma.

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